martes

La Sombra

***

Empezó con sus dolores de parto pasadita la medianoche.
-Aguántate -le dije-, estamos muy lejos, y orita... apenas si a pie, y entre la noche sin luna..., vendríamos llegando ahí por la madrugada con tu comadre.

-No, mi comadre no.
El escuincle viene "atravesao".
Hay que ir hasta el pueblo porque con mi comadre nomás no nace.

Me esperé otro rato, sus quejidos ya me tenían nervioso, y pos ni modo..., Me colgué el gabán en el cuello y me fui rumbo al pueblo pá ver si me mandaban una patrulla con el médico, o "cuantimás" pá llevar a la Carmen a que le abrieran la panza pá sacarle el chamaco.

Ahí pasando La Estanzuela se me pegó una sombra, y apuré el paso.
Entre más me apuraba más sentía que se me acercaba "lótro".

No había nada de luz, era de esas noches sin luna.
Nomás por los tantos años de andar por los caminos de polvo no me perdí.
Como que las mismas hierbas le van tocando la canilla a uno pá decirle por "onde" sigue el camino.

Fue ahí casi "por lo de San Bernabe" onde me dio alcance la sombra.
Clarito "oyí" que casi corría, y nomás pá no pegar la carrera, y que no fuera a intuir que le tenía miedo,
no corrí.
Me volví hacia él, y como pa verle la cara hice como que encendía un cigarrillo y le convidaba él el otro.

Nada dijo.

La luz de la cerilla ni siquiera le iluminó tantito el rostro.

Nomás sentí como el acero frío se me metía en el vientre una y otra vez...,
una y otra vez; y luego..., se me fueron enfriando las tripas.
Se me acercó pá verme la cara.
No lo conocía.
No sabía ni quién era.

Pá que no andes "culiando" a la mujer ajena -me dijo- con su voz apestosa a mezcal.

No lo vi, pero me imaginé que venía para darme el último "tajo".

Pensé en "la Carmen" con los dolores de parto.

-Oye... me puedes hacer un favor último -le dije-.

-A ver, -respondió...

-Soy de aquí de Candelas. Me llamo Ulogio.
Soy marido de "la Carmen", que orita está pariendo pero no puede, porque el chamaco lo "trai atravesao".

Apenitas pude decirle lo último porque ya el aire, todo, se me había salido por las puñaladas, o me había entrado..., ya ni sé.

Oí que dijo:

-¡Ah Caray!, pos pensé que eras de El Romero, de ahí donde le gustan los hombres, pa revolcarse, a mi mujer...; pero qué le aunque, es tan puerca que ya debe "trair" la saliva de fulanos de todos lados...

Se incorporó y pude sentir junto a mis cachetes el calor de sus pies envueltos como tamal en las correas de cuero de sus huaraches.

Luego sentí la daga otra vez atravesándome el cuello.

Ya no sentí dolor.
Sólo un zumbido.
Como aquella vez cuando me estaba "hogando" en la laguna con las raíces del mangle "enredao" en mis huaraches.

Sólo que esta vez... me fui yendo más suavecito...

Más bondadosamente...
Mientras mis ojos se despedían de la luz de los luceros solitarios que poblaban el amanecer que no llegó nunca.

Dime que no.

---
Dime que no...
Provoca mis intentos...,
verás lo que hace un mar bravío
con una barca armada de lamentos.

Dime que no y romperé tu vela con mis vientos,
inundaré tu cuenco con mi espuma
y zarparé hasta el alba
-cual bravo marinero-
con tu cuerpo rendido
hacia ese mundo hambriento de tu sombra.

Sólo dime que no...

sábado

Entre muertos

.
Dicen que merezco un amor vivo;
la vida entonces no valora mis méritos,
porque estoy lleno de amores muertos.

Cuando muera alguien dirá:
tenía fundamentos para vivir
pero vivió de lo incierto.

Y sembrarán flores de plástico en mi entierro,
tan muertas como ellos.

Entre paréntesis

.
Perviérteme instantes,
con pequeños acertijos
que proclamen tu llegada sin tiempos,
déjame adivinarte en ellos,
sedúceme con tus claroscuros
allí donde los oídos callan
para leer tus labios;
allí donde eres música que alimente
esta perversión rítmica
de los gemidos.

Tú, artífice de mi cielo,
estandarte de mi conquista,
refugio de guerrero
en la derrota por los tiempos,
tú, mezquino amor;
rebélate por dentro.

miércoles

Una aventura del gallo piolindo en el muro

Había una vez barrio de negros
y un barrio de blancos,
separados por un muro.

Un día el gallito piolindo
digno, orgulloso y un poco despistado
paseaba arriba y abajo del muro
que separada los dos barrios.
Y mira por donde que puso un huevo.

¿Sabes en que barrio cayó el huevo?

Seguro que si eres negro
preferirías que hubiera caído
en el de tus hermanos negros.
Si eres blanco
en el de tus hermanos blancos.
Pero como eres inteligente
y nunca tomarías partido por nadie
según el color de su piel,
lo primero que has pensado
es que lo gallos no ponen huevos.

Ahora solo falta ser fuerte
para derribar cualquier muro.

José Segundo Cefal

martes

Estímulos

.
Es tu médula,
la que enerva mi tacto
y lo guía hacia tu otra boca,
libidinosa,
húmeda, provocadora.

Son mis fibras
respondiendo estímulos,
se atreven,
exploran,
determinan tu punto…suspensivo;
rodean, acarician.

Suplicas.

domingo

Guitarra

.............

Guitarra:


Caja de madera muerta
que manda sus fantasmas
a perturbar el alma
con recuerdos.

Palabra

.............

Palabra

Viento sin alas
que vuela
haciendo olas
que alegran
o lastiman.

Entre musas y sombras...

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El Universo del poeta se ha adormecido;
entre el velo de sombras
se alcanza a ver la silueta que se extravía en el éter de sus propios desvaríos.
Las Musas lo acogen en su mansión placentera del soñar.
Atrás sólo queda un olor a nardos,
impregnado en el manto de niebla
que separa el alma del poeta, de la vida.

Las Musas lo entretienen
le embriagan con sus senos,
y entre sus perfumados cabellos
se embelesa al encanto de la lira.

El poeta navega
en las cálidas ondas
de la música:
un universo más allá
de la poesía.

Pecho de Cristal

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Luna Llena
Mi corazón te cuenta
-como cortando flores-
cada una de sus penas;
y tú...
las encierras,
amorosa,

en tu pecho de cristal

Mi Alma.

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Ella no tiene nombre
pero si la llamas
viene a ti como un perro faldero
te lame
se frota con sus besos
y se enciende como el sol de la mañana
para alegrar tu pecho;
las heridas se le curan
con una tierna palabra
que le diga: te quiero.

Ojos de Mar

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Ojos de mar
entre tu pueblo y el mío no hay nada
nada...
Sólo hay...,
un tabú,
un lago lleno de sangre,
y una espada
que parece venda
entre tu risa
y la mía.

ojos de jade

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Maliniale zte huamilente
janamastletulli
Ktjatentzi jade
tzonomatthe huitzhi
tahjhenzthzie miatecutle
stztco huanamazcaya

kzale ztsaziminhuetle.


Ella guarda silencio
nunca llora
Sus ojos de jade son
como el puñal de sacrificios
para mi pecho enamorado
cuando le dice te quiero:
... y no responde.

Semilla de Girasol

Mi corazón es un huerto
donde hay muchas semillas...,

para ti guardé
las del girasol
para que vengas a mí
con el color de la alegría.

te cantaré

.............................
Mi alma siempre tiene una canción
es como un amanecer que suspira destellos
que ponen a los montes y a los árboles
a fabricar la sombra
para reposar de la pesada vida
entre los vapores de la hierbabuena.

y ahí...
te cantaré
cantaré.

Espejo de la aurora

.............

¡Ah cascada cristalina!...
En tus ojos llenos de luz
viene a mirase la aurora,
y deja sobre tu cuerpo
sus pompas de jabón.

Hasta que pase el Quinto Sol

.......


Ta Machtli uia
tkenetzuno o moo
suante techtli tetelco
paramasachi etua
marese via
jua a minadece
etlcant tuinuia
ha temachtle nuia
Micienetachtle
he tzkamanadusti tksua.

Hoja seca
duerme y suspira
en el vientre
de nuestra madre.
Pasarán todos estos soles
y su fuego no tendrá flama
para nuestras plantas
hasta que pase
el quinto sol:
"ya brillará el plumaje del Quetzal".

Ojos azules y alma.

................

Tze huale nacaina
huantete muachi
to huarazeno.


Oztcal tzezema
mian...
tonaltli.

Dime mi nana
si la noche se come mi pecho
tendré al amanecer

ojos azules
y...,
alma.

Mi ruego a Dios

.............

Nic té haá
skomasdak ste huinia
set e ruúle.

Somanayanta kute
audakimile

Tá sinoretzta
papascuao imía
tza te kalet tuona.


Te sueño mía
cuando la luna
te baña de plata

Hoja de níspero
que perfuma mi invierno

Ruego a Dios
que cuando deje mi cuerpo
sea pájaro de bello canto
y encuentre tu ventana.

Pan de sal.

....................

Ensayo para vivir con pan de sal

¿Quién me dijo que el pan de sal es delicioso?:

¡La Abuela... fue la abuela!

"Vieja y ciega del tiempo que se bebió en los ojos
y huérfana de dientes que se llevaron besos
con luengos palpitares por languidez de ruegos"...

Para la vida: un pan de sal,
que vuelve -todos dulces-
los pasteles amados.

El olvido que viene

.................

ensayo para la soledad ausente

Hay vientos frescos en la Alameda
un capuccino amargo colmado de canela
una banca en la sombra
y un mundo sin hermosas miradas
ni deliciosas curvas
sombre el asfalto frío.

Y si se siente frío
se calienta el ambiente
con Mazurca para dos muertos
de Camilo José Cela.

Y si sobreviene lo ausente
siempre queda un ensayo
como recurso holgado -hasta la muerte-
para hacerse "el fuerte"
antes de compartir la soledad
y prevenir...
el olvido que viene.

Esquinas y nardos

..................


ensayo para los olvidos.

Cada esquina es un botón de olvido
los vientos tienen olores puros
y los nardos son blancos
como cuentos sin huellas
de algún dolor furtivo.

Cada esquina en un bálsamo
donde duerme el mortal
veneno de cupido.

Ciudad Santa

..............................

ensayo contra los recuerdos


Ciudad Santa
aislada de recuerdos
en donde mis pasos pueden andar
sin oprimir botones
llenos de sentimiento.

Me dijo...

Me dijo: amor
y yo, que estaba vació la escuché
y la amé...
Me dijo con sus palabras locas
lo mucho que su pecho
guardaba
mis atrofiadas coplas...
Y yo bogué en su barca
mis mares de poesía.

¡Cómo duele una espada!
¡Cómo sangra una herida!
¡Cómo se mete un verso
entre almas seducidas!

Le dije que la amaba;
y ella me dio su vida:
nuestra barca encallaba
en una mar sin días.

¡Cómo duele un silencio que se va haciendo días!
¡Cómo pesa un instante si el cariño se enfría!

Me dijo adiós...,
y los sueños volaron
de mi ciudad vacía.

-Despierto a veces-
cuando las palomas se golpean las alas.

Despierto a veces...,
cuando algún eco de risa
rebota entre los muros
de mi ciudad
centenaria y vacía.

Me dijo: amor.
Eso no tiene culpa,
es sólo una palabra
que no toca la vida.

Tarde de poesía

Se me hace tarde buena...

Allá afuera el tiempo se marcha sobre veloces ruedas
tiradas con poderosas máquinas bufadoras;
pero aquí, entre el silencio y yo,
entre el vaso de ron
y la pantalla sorda...,
los minutos se quedan a leer
cómo es que pare, el silencio,
a una tarde colmada de poesía.

Mírome

Mírome yo
entre tantos besos dispersos por la plaza
entre tantos pechos aprisionando senos
entre tantas manos comiéndose la formas.
Mírome yo,
que cuando miro...,
me confundo en las sombras que se juntan,
como robando un beso a las bocas hambrientas...

Mírome yo
consumido en suspiros,
alejados del cielo de unos brazos:
como baldosa,
como cuenco de nardos,
o lagar de palomas con vuelos endulzados
que delician el viento
con sus vuelos holgados de frescura
en los viejos tejados.

Mírome yo, soñando;
soñando ser el uno del par
que sonriendo va caminando;
y al separarse: soñando.

Mirome yo: candil de vela en noche oscura
o campana de santuario,
que soy sólo una brisa que acaricia
y que a veces perfuma
a los enamorados.

Mírome yo, desde mi muerto pecho
que ve pasar las horas
pintado en un retablo.

Poema al amor

Poema al amor

Indescifrable eres, desgraciado y feliz, todo a la vez
y no te comprendo entre mis propios yoes.

Quisiera saber que existes para ser ahogado,
sin importar brasas o mares,
así de simple…

¿Por qué no puedes aclararte ante los ojos deseosos?
¿Por qué no puedes ser por un instante menos intangible?

Yo te encuentro en los suspiros cada vez que le beso
y es así que luego te haces partícula de a.c.

Puedo sentirte de pronto:
las ligas del cabello ya suelto sobre mi rostro
haciendo rulos en movimientos sexuales.

Y te cuelas en el agua que se va entre mis dedos…

Puedo sentirte de vez en cuando y por eso sé que estás cerca,
pero igual desapareces, poderoso y altivo.

¿Dónde te encuentro, amor?
¿Dónde?

Sé que mis ojos te han saboreado, así como mi lengua bífida;
sé que mi paladar ha sido envenenado entre tus vergas dulces
y que este olfato ha recurrido a tus dejos más de una vez…

Pero asechado amor ¿dónde te escondes?
Quiero ahogarte, sí lo dije antes… pero esta vez con mis propias manos,
tomarte entre mis dedos y deshacerte para comerte a besos
y así, así jamás dejar que nada te reabsorba.

Resucítame, amor… quiero matarte y tomar tu vida, resucítame…

miércoles

Sin palabras

Sin palabras

Después del ¡Viva México!,
me quedo sin palabras.

¿Vive?
Pues sí,
estoy aquí
con dos platos de posole en la barriga
dos tragos de tequila,
una bandera triste y llorada por la lluvia
y mudo,
sin palabras...

¡Carajo!

Debiera ser aficionado al fútbol
para tener palabras...

lunes

Eyaculando ideas desde un teclado sin letras

.
Premonición espantosa esta mañana
ceguera lineal de mis facultades cognitivas,
abrazo un lenguaje oprobioso dubitativo
mezcla de tallado de piedras y delirios.

Martillando sobre un tablero de piano
intento escribir poesía, do re mi fa sol la si
siete sílabas sin sentidos, sin destinos,
apretadas entre labios como silbidos.

Tecla negra, tecla blanca, pedal sostenido;
tablero de ajedrez lineal sin estrategias
sin alfiles diagonales, sin damas libres
teclas parecidas pero distintos sonidos.

Brota el desafino al leve martilleo
desparramando palabras al aire,
hilvanando un sin sentido sin ritmos
nada brota, sólo ruidos, no dicen nada.

Poesía barata, música anestesiada
por el fragor de los dedos dormidos,
oprobio de ideas todas en un sino;
la poesía murió, la maté con mis oídos.

domingo

Saludos

Estimado Daniel, es un gusto leerte en Puente de Palabras, digamos que es "casi aderezo" a la sazón de nuestra querida e inquieta Céu que ha hecho este Puente para que nos encontremos haciendo el intento de poemar alguna locura.

Una placer inmenso compartir con Cefal, Myriam, Roberto y aquéllos que vayan construyendo sus ramificaciones a este enlace sin caseta de cobro.

Abrazos y feliz fin de semana a quienes nos honran con su presencia y sus lecturas.

Insomnio

Debajo de la cama
pasan las lentas horas entre las pelusas;
se mezclan,
se hacen motas,
se desconciertan.

Con el viento de las pesadas agujas
se depositan en la memoria
que no concilia el sueño debajo de la cama.

El poema oculto de un gay oculto en un armario oculto, por Cefalorraquídeo

Un poema oculto.
Un gay en un armario.
Pero va el gay y sale del armario.
El poema deja de ser oculto.

¿Mantenemos el ocultismo?
¿Sangre? ¿Ambiente gótico? ¿Infierno?

El gay se hace un análisis de sangre,
no es portador,
pero podría serlo.

Demacrado rostro,
lágrimas interiores,
gatos del pasado rebobinan sus luchas.
Luchar contra sí mismo.
Los de la sociedad sentados en platea,
enjoyados, perfumados y recién decapitados
lo observan con sus condescendientes miradas de mierda.

En la empresa...
eso sí es un ambiente gótico.
El contrato, la cláusula,
el despido por no cumplir un perfil.
No sé qué perfil si ahí sólo hablaban de su culo.
Donde decían los más agudos
que entraban portaviones
y cómo se reían con sus carcajadas de mierda.

¿Infierno?
Sin duda.

José Segundo Cefal

sábado

Caos

Ser pasivo en medio de la calle,
extraviado;
rodeado de tanto caos
pasan los pasos,
los pasos pisan su sombra
su bufanda caída arrastraba su miseria,
nadie lo vio, sólo el viento
que acumulaba papeles sucios
sobre su cuerpo herrumbrado.

El mendigo sigue dormido
arrojado a sus miserias
otros pasos pisan sus pasos
y los acallan.

Palomas y Lágrimas.

¡Ah las palomas!
Y..., las lágrimas.

Una tarde se compone
de tantos movimientos
que siempre huele
a cierta despedida
a cierta lágrima.

viernes

Prenonato.

Vino y vació su esperma entre las más deliciosas contracciones.
Luego se marchó silbando satisfecho.

Atrás...
Entre un vientre y unos ojos colmados de esperanzas
se gestaba la flor de una desgracia.

Sin resolver

Mi amor siempre fue como un perro callejero
de mirar tan confiado
que los ladridos fueron un pretexto
para no perder la costumbre de ladrar
y de sentirse perro.
Un amor así se la pasa durmiendo en la banqueta
mientras se marcha marzo
y se asoma diciembre.

Amor y olor...,
y a veces, un poco de hambre:
nostalgia por la carne aderezada
y una buena siesta bajo un roble
suficientemente grande y viejo
para dejar la marca
mientras perdura el viento y sus corrientes
mensajeras de aromas.

Así es mi amor
ese mi apetito insaciable de pereza para enunciar promesas
y fustigar oídos, que volverán detrás de mis pisadas
persiguiéndome a voces violentas y enfadadas...,
como si alguna tarde se me volviera cuello de cadena
tras una verja empalada.

Mi amor es como un perro callejero,
acosado de un hambre espartana
que se sabe batir en cualquier tarde
en velas de una mar sola y extraña.

De mi otro yo...

En mi medio yo canta la tierra,
florece la flor silvestre,
y la nube se sienta entre los vientos
para mirar pasar todos los minutos
que nacen de mis suspiros.

En mi medio Yo
nace un amor de hermano
cuya miel alimenta a las abejas laboriosas de mis días.
En mi medio yo, dulce... todo es posible
hasta parir golondrinas debajo del sobaco
y explicarles las técnicas del vuelo
como si fuera mi vientre escuela de pilotos.

Ese es mi medio yo
el que no se enfurece con los colores extraños
el que mastica lenguas entre risas
y sabe entibiar el viento
hasta volverlo cobija.
Ese es mi medio Yo.

De mi otro medio ya no te hablo,
porque me duelen las garras
y se me pudre el vientre
de tantos residuos de carroña que lo habitan.
De mi otro yo...,
lacerante y crudo como el gélido Ártico
o candente como el Sahara sofocante...
no te hablo
¿para qué?...
No es un cielo
es un día como cualquiera
y un instante colmado de descuidos
donde la ley divina de comer para vivir
es el único universo comprensible
y sustentable.

Nana María Llora.

Nana María llora cuando mira el fogón
¿Es el humo?, -me digo-...
Seguro que es el humo de la leña húmeda de agosto.
Sí, Nana María siempre llora ante la lumbre.
Su rostro de piedra dulce
con sus pliegues de madera
se riegan con el llanto
como surcos abiertos por la yunta
mientras se cuecen los frijoles
y se tuesta el café.

Sí... seguro que es el humo de la leña
¿qué otra cosa puede ser?
Nana María es vieja como los mezquites del potrero,
y fuerte como los sabinos que cuidan a las lágrimas que corren frescas por el río.
Que otra cosa puede hacer llorar a Nana María si ya no ve:
es ciega...,
¿Será acaso que Nana María está aprendiendo a ver entre las sombras?

Sombras...

¿Qué se mira entre las sombras?

La leña arde lentamente y truena
la panza de barro de la olla de frijoles parece espejo de sombras
con su cintura llena de tizne.

Nana María llora
porque las Indias se vuelven árbol de lluvia
cuando el invierno empieza a florecer en sus ramas secas.

Tarde de Septiembre

Una gota de sonido, dentro...,
aquí dentro,
donde duerme la madera,
donde la mano roza suavemente
y la fricción se nos devuelve en magia.

Allá afuera
sobre los techos
las gotas danzan con sus cuerpos cristalinos
que a poco estuvieron de volverse hielo.

Eso es allá afuera
donde los vientos se debaten en un duelo sonoro
por dominar los cielos,
los cristalinos vacíos que adormecen con pereza
entre los techos,
sobre las rocas
y los tallos enjutos de las ramas.

Eso es afuera...,
porque aquí dentro,
bajo el barro cocido,
entre paredes gruesas...,
ha nacido una lumbre
en la punta de un pabilo:
juguetona e inquieta
que me roba la mirada.

jueves

Cuento para dos niños indígenas y una luna llena.

Aquella tarde nos quedamos mirando la luna gigantesca que aparecía, apenas, sobre las copas de los árboles. Ambos pensamos que estaba ahí detrás del árbol de mango, y nos fuimos corriendo rumbo a sus pies para saludarla. No, no estaba ahí, se había movido. Ahora estaba sobre la copa del laurel, no era muy lejos. Corrimos tras ella para hacer un último intento de alcanzarla y darle un beso de luna a nuestras bocas. Los pies descalzos de Luvia eran veloces, cuando llegamos al laurel la luna ya se había movido.

-“Corramos rápido” -dijo Luvia, antes de que se vaya hacia el cielo-. Sus pasitos fueron patas de venado y tras ella, yo, temiendo perderla de vista entre las hierbas y las raíces salientes de las ceibas.

Llegamos tarde, la Luna ya se elevaba como globo de gas hacia los cielos.
Nunca nos vio. Jamás supo que íbamos tras ella.
Luvia estaba llorando: quería un beso de Luna.

Tomados de la mano volvimos rumbo al rancho.

Las sombras nos cerraron todos los caminos, todas las veredas.
La noche de la selva se pobló de ruidos, y nuestros pasos de niños se quedaron suspendidos entre un mundo en cacería de todo tipo de extravíos.

Me ganaron los llantos. La mirada de Luvia reflejaba preocupación por mí: me consolaba, me daba ánimos, me decía que no tuviera miedo que ella me llevaría a casa.

Le creí, porque ella parecía siempre saberlo todo: se sabia el camino al río que tomábamos todas las tardes para bañarnos en nuestra poza preferida.
Sabía llegar a todos lados por diferentes veredas, y siempre salía as donde quería. Parecía conocer a cada hoja del follaje, cada rayo de luz que se filtraba al seno de la selva.

Yo no tenía más que confiarme en Luvia para andar seguro por toda ella.

Esa noche, su voz de niña me devolvió la confianza.
Caminamos mucho rato librando "Los Capotes" que eran venenosos, los bejucos que enredan en sus tejidos sin orden, como cabello de mujer, las patas de los ciervos. Por entre La Beberecua, que se extiende en hinchazones, como si fueran piquetes de mil hormigas, por los pies descalzos. Y lejos del maraqueo de la cascabel que sin piedad atraviesa cualquier piel como su tuviera dagas venenosas en las quijadas.

Después de mucho andar sin llegar a ningún lado nos sentamos en un claro de la selva, juntos a unas peñas hirientes, partidas por el sol del ecuador. Recargamos la espalda sobre una de ellas, la que quedaba frente a la luna y la empezamos a ver con nostalgia. Me acordé de todos los cuentos que Tlelelhua, la hermana de Luvia, nos contaba de los encantamientos de la luna. A unos hombres se les aparecía desnuda en medio de la poza de agua azul de los Cenotes. A los niños se les aparecía como anciana dándoles dulces de requesón para irlos perdiendo por los bejucales.

Teníamos miedo.

Luvia empezó a cantar en tzotzil una canción de cuna. Entre sus brazos, yo, dormitaba a ratos.
Un par de cachorros de coyotes nos encontraron casi dormidos, se acercaron a nosotros y nos lamieron el cuerpo. Eran cachorros, no sabían que nosotros los humanos somos como dos coyotes: uno juguetón que todo acaricia y corretea y otro hambriento, cruel y maligno que todo atrapa y asesina. Por fortuna para ellos, esa noche nosotros, los humanos, no estábamos para alimentar maldades sino miedos.

Dormitábamos cuando la lengua fría de los cachorros nos despertó. Yo me desperté primero y pegué un grito; Luvia se despertó al sentir que me libraba de sus brazos.

Vio a los jóvenes coyotes y se alegró.

Los llamó como si conociera sus nombres: “Son nuestros Nahuales” –dijo-.
Los animalitos se acercaron y se echaron junto a nosotros acompañándonos y calentándonos mutuamente para pasar la noche.

***

Allá en el pueblo se había despertado la alarma.

-Los niños se perdieron -decía la gente.

Armados con linterna nos buscaron por todos los patios de la finca y no nos encontraron.
Se pensaron las peores cosas. Nadie se atrevía a internarse en la Selva por miedo a ser raptado por Juan No (el fantasma charro sin cabeza).
Tlelelhua empezó a llorar. Ella había visto a la luna bajar por entre los árboles para andar entre las hojas rascándose algún cachete. Los viejos querían mirar si al lado del Conejo se miraban dos niños, más no podían porque estaban medio ciegos.

Una nube negra cubrió el rostro de la luna y la gente empezó a llorar y a gritar.
Sacaron los troncos huecos y las conchas de mar para nos diéramos cuenta allá, en la panza de la Luna, que nos estaban buscando.

La mamá de Luvia, doña Nati, sugirió a mi madre que le preguntaran a don Laco, el curandero, a ver si veía algo entre el humo del copal.

Mi madre no creía en esas supersticiones pero la angustia y las faltas de respuestas a todas las búsquedas emprendidas la obligaron a aceptar.

El viejo curandero ya las estaba esperando.

Cuando entraron a su choza de techo de palmas y paredes de otate, él le habló a Nati en tzotzil.

-Ésta no es nuestra hermana -le dijo-.

Doña Naty le respondió que estaba angustiada:

-Se perdieron los niños, -lloró-.


-Lo sé -dijo el curandero-,

Echó petróleo sobre su anafre de barro, y luego que el carbón prendió y formó brasas, aventó en el centro cinco copales negros y dos blancos.
Los copales llenaron de un humo aromático la choza, al grado que era imposible ver y respirar.

Ambas mujeres salieron de la choza y esperaron afuera, frente a la única puerta, a que don Laco saliera a decirles que había visto.

Don laco nunca salió. Los copales terminaron de humear y la mujeres entraron para preguntarle al curandero que qué había visto.

No había nadie dentro.

Allá, en el claro de las peñas, oímos el aullido lastimero de un lobo fugando su llanto entre los vientos frescos de la noche.

Los bracitos de Luvia se estremecieron y me apretaron con más fuerza.

Los pequeños coyotes se incorporaron y empezaron a otear el viento, como si detectaran que algo se acercaba.

Luvia me despertó. Entre las sombras de la noche apareció la silueta de un hombre. Nos tomó de la mano y nos empezó a llevar entre las veredas secretas de la selva. Detrás venían los pequeños cachorros de coyote.

Llegamos junto al río.
La luna, preciosa, bañaba todos los confines del mundo nocturno. Las hojas de los árboles tenían destellos de plata. Los remansos del río batallando entre las piedras parecían bucles de ancianos; y las piedras, manzanas amarillo plata.

Allá, sobre las peñas del recodo del río, una pareja de coyotes llamó a sus cachorros, los que fueron alegres a su encuentro.

El hombre que nos guiaba los miró e hizo un gesto a manera de despedida.

Entre los árboles asomaban las sombras de los fantasmas viejos del monte: los dioses antiguos, los curanderos muertos, nos miraban.

Sentí miedo. Iba a llorar, pero la manita fuerte de Luvia presionó a la mía para darme valor.
La volteé a ver y sus enormes ojos morenos me dejaron ver los reflejos acariciantes de la luz de luna que bañaba de hermosura toda la noche.

Pasamos entre los tallos de los árboles. Entre los viejos fantasmas desdentados de la noche, y seguimos la vereda que Luvia había tomado tantas veces desde el río de regreso a las casas de la Finca.

Me volvió a apretar fuerte la mano para que la volteara a ver y me encontré con su rostro lleno de su sonrisa chimuela.

Los vecinos danzaban como poseídos alrededor de los teponaztles, bañados con el fluido dulce de las flautas de barro.
Una sombra humana se apareció ante los ojos de las dos mujeres. Traía a un pequeño en cada mano.

Eramos Luvia y Yo.

Doña Naty se deshacía en agradecimientos.
Tiró de las trenzas a Luvia, le subió el vestidito de algodón y le propinó varias nalgadas sonoras, regañándola en tzotzil.

Le dijo algo al curandero, luego, a manera de disculpa a mi madre.
Mi madre tomó de su bolsa el monedero y quiso darle unos billetes a don Laco.
El hombre los rechazó.
Doña Naty le dijo que el dinero era una ofensa.
Mañana -le dijo- le traeremos, manteca, maíz, arroz y frijol; alguna carne seca y petróleo. También una botella de aguardiente de caña: Un Comiteco. Con eso está bien.

El curandero ya se había metido a su choza, enredado entre los brazos de su hamaca, para darles a entender que ya debían salir de su casa.

Al día siguiente no dejaron salir a Luvia de su casa de palma, estaba castigada.

Yo fui a verla. Su madre estaba allá en el patio, junto al fogón de piedra y tepetate, cociendo el nixtamal para molerlo al metate al día siguiente y luego hacer las tortillas.

Acostaba boca abajo sobre un catre de lazo de ixtle, estaba Luvia; cuando me vio le brillaron los ojos. Me acerqué para hablarle en secreto, para que su madre no se diera cuenta que me había metido a la casa.

-“No me pegaron” -le dije-; Mi mamá me abrazó toda la mañana.
“Por la mañana le mandaron un costal de maíz, una carga de leña y varios sacos de frijol, arroz y azúcar a don Laco”.
“También varias botellas de aguardiente de caña, del Comiteco, y tres galones de petróleo diáfano”.

Luvia no me escuchaba. Se me quedaba viendo a la cara y me plantó un beso en la boca, como siempre lo hacía. Sentí el roce de sus dientes chimuelos casi cortar mi labio inferior.

Allá en el traspatio, su madre le daba vuelta al nixtamal con la paila de madera mientras cantaba un canto tzotzil para atraer la buena fortuna.

Luvia me mostró con su mirada, el chicote de membrillo que presidia la única estancia que era todo a la vez, recamara, cocina, comedor...

Luego me dijo: "Cúrame".

Le recorrí rumbo a la cabeza el vestido de una sola pieza con cuidado hasta quitárselo. Su cuerpecito quedó desnudo.
Desde la espalda hasta las piernas se notaban marcados, como líneas inflamadas y a veces abiertas, los verdugones.
Sobre sus nalguitas estaba la parte más lastimada.

Empecé a curarla pasando por sobre sus heridas la punta de mi dedo índice mojado con saliva.

Luvia se retorcía de dolor pero me decía que continuara.

Acompañé la rutina con un canto que Luvia me había enseñado, entre burlas, por mi mala pronunciación en lengua tzotzil. El canto hablaba de una boda en la selva bajo la luz de la luna. A la novia, la luna le había regalado un vestido con hilo de telaraña de color plateado, como el de la luz de la luna.

Su madre, seguía lidiando con el nixtamal y controlando el fuego del fogón de tepetate.
Luvia se quedó dormida sobre el catre. Mis manos continuaron dibujando, con la punta de su dedo índice bañado en saliva, el cuerpo lastimado de mi compañera de todos mis juegos y aventuras.

Tlelelhua Contó, hasta que fuimos ancianos, el cuento de los niños que devolvió la luna envueltos en una nube de algodón, montada por un lucero, mientras ella danzaba el baile que por muchos años sirvió para romper el encantamiento de la luna sobre los niños tsotsiles.
La luna no se volvió a robar a ningún niño tsotsil por la noche.

El Viejo de los Burros

La última vez que vide a Dios jue cuando tenia como once años. Lo vide vestido de Indio, arreando a dos burros rete blancos. Traiba unos huaraches rete usaos, y se miraba ya rete bien viejo. Las canas se le juyían por debajo del sombreo de paja y se le veían los cachetes bien retequemados por el sol y el viento.

Todo San Juan de los Magüeyes salió a verlo llegar cuando lo entregaron los del pueblo vecino a cambio de unos barriles de pulque, unas siete cargas de leña y quien sabe cuantos guajolotes.

Se quedó ahí tirado al lado del mercado de San Juan, por más que le rogaron los más ricos del pueblo pa que se fuera a sus jacales, no se quiso ir. Se quedó ahí sentado, mirando rumbo a la bajada que va rumbo al río del pueblo, siempre seco.

La gente, allí andaba de curiosa viéndolo de arriba pa bajo. Como que no lo querían creer que era Dios. Ya luego le agarraron confianza y que empiezan a pedirle milagros.
¿Cuántos milagros hizo?: Sepa Dios (sic)... un titipuchal (muchos, muchísimos) y se los hizo a todos, menos a mi nana Toribia Remedios.

Los borrachos nomás abrían las llaves del agua y salía aguardiente; los ambiciosos pasaban frente a los burros y le pedían oro, Él, Dios, les abría los costales que cargaban los burros y les decía: ¡Hártense de lo que quieran!... y los elotes, y le frijol se les volvía oro. Se llenaban las bolsas de los calzones de manta que hasta ni caminar podían de tanto peso, luego se les rompían, otras veces se les caían dejándoles las nalgas al descubierto ante la risa de la gente.


¡Ah cómo se divertía todo el pueblo! Yo entendí que, pues que sí..., que sí era Dios, porque jamás vi a toda la gente del pueblo tan feliz y satisfecha.

Bueno, había ciertas discordias, pero no era por culpa de Dios. Luego llegaban las mujeres y le pedían a Dios que les amarrara el rabo a sus maridos pa que ya no anduvieran revolcándose con la primer fulana que encontraran por el monte. Y el marido le pedía todo lo contrario, que querían trair el rabo siempre fresco y maduro pa que les pudieran dar gusto a todas las que se encontraran por el monte...

¡Ay!..., y de los que más me acuerdo es de los haraganes.
"Que ya querían las tierras sembradas y cosechadas". Y el viejo de los burritos todo les concedía.

Un mes estuvo en el pueblo y en ese mes todos estuvieron curados. Todos los ebrios anduvieron ebrios, y todas las viudas quedaron preñadas de tantos rabos vigorosos que había en el pueblo. Nadie se murió en ese mes y hubiéramos sido tan felices con Dios ahí, que ya la felicidad se nos hubiera hecho mejor costumbre y "pueque"

Sólo una estuvo rete triste: La nana Toribia Remedios, ya nadie la ocupaba pa rezar.
¡Pues qué!..., ¡si Dios estaba ahí y a cualquiera le concedía lo que le pidiera!

Ella y el cura del pueblo que no sabía qué hacer para que el hombre de los burritos ya se fuera del pueblo.

Pos como el rumor siguió hasta el otro pueblo, entre todos ellos que forman una comisión y que van por la noche a ver al cura para comprarle al anciano de los burros. Que se arreglan con el precio y que lo encaminan rumbo al otro pueblo.

Allá lo entregaron por unas cuantas monedas, lo que les quisieran dar...

Al otro día, cuando el pueblo se dio cuenta que Dios se había ido al siguiente poblado se pusieron rete tristes.

No. El pueblo nunca volvió a ser el mismo. Se empezó a morir la gente, a enfermar unos y a empobrecer otros. Las tierras volvieron a ser miserables pa los cultivos y ora si que pareció "como si Dios nunca hubiera pasado por ahí".

A mi me tocó la de malas de haber estado en él cuando "dialtiro" era muy "chamaco".
¡Qué no le hubiera pedido!...
Todavía me acuerdo de como era. Por eso, cuando salgo a pueblear con mi mujer, siempre me fijo en los que andan arreando burros, y mi mujer se ataca de la risa cuando le pregunto al sujeto:

"¡Oye! ¿Tú no eres Dios?"...

También los arrieros se mueren de risa porque piensan que estoy loco. Pero no, yo no pierdo las esperanzas de encontrarme por uno de esos pueblos polvorientos y abandonados de mi tierra, con la huella de Dios y a ver qué le pido.... y a ver qué me concede...

La Voz

A veces escucho entre sueños que ya amaneció.

Escucho las voces, el ruido de los trastes de la cocina y el parlotear de una cocinera muy voluntariosa que se la pasa dando órdenes a sus ayudantes. Luego escucho sus pasos venir rumbo a mi recamara, se asoma y se molesta por verme dormido. Cierra la puerta y se marcha dando un portazo. Me deja esa astilla en el pecho, como cuando iba a la universidad y mi madre me acosaba para que despertara de mi desvelo trasnochando con alguna amiga; siento el cuerpo aún agotado, con un descanso insuficiente, abro los ojos, despierto y todos los ruidos cesan: es la noche. Miro el reloj y apenas son pasadas la una de la mañana.

Maldita rutina, siempre me sucede lo mismo. Me quedo ahí, entre las penumbras y ese sueño rumiante que no alcanzo a comprender del todo.

Sucede que a veces sí puedo conciliar profundamente el sueño y me vuelvo a sumergir profundamente en él. Vuelvo al día de la noche de mi sueño. Escucho la voz de la mujer parlotear, y de repente…, su explosiva carcajada. Sus tacones lastiman las lozas y reconozco su andar enérgico, autoritario. Ruidos por acá, pasos obedientes por allá, y cascos de caballo, ruedas de coche de tiro... sí seguro de un carromato antiguo.

Al fin el timbrazo del despertador me despierta, parece que no he dormido. Me siento cansado, agotado por la estancia en ese día de mi noche, en donde no sé qué soy ni quién soy. Bebo con avidez un café expreso para ayudar al cuerpo a reponerse. Así me marcho al trabajo a mi día de mi día, mientras me aguarda en casa, esperando a que vuelva a soñar, mi día de mi noche y su inconfundible voz.

La Sombra

La flama de la vela hace que aparezca que se mueve, tiene formas de mujer, de mujer triste o nostálgica.
Aunque no tiene facciones , sus hombros caídos y la forma del rostro, con la mandíbula encajada sobre el pecho, me hacen pensar en tristeza.

Me mira y me sigue cuando me desplazo por la pieza. Si salgo... me espera; si voy a otra pieza me sigue hasta donde la luz de la vela se lo permite: es La Sombra.

Me he hecho sobre ella infinidad de preguntas. Tiene que ver conmigo o con mis anteriores vidas, o con la casa, con esta casa vieja del siglo antepasado.
Jamás habla ni mira, a su naturaleza sombría sólo pueden inventársele los ojos: pensar que son ojos de tristeza, ojos que se fijan, clavados, en el piso; ojos de sumisión: ojos de víctima.

Ahí está, esperando a todas esas tardes muertas, a ese pabilo esperanzador que le da vida y le permite, al menos, volverse sombra, mientras yo pueda ser una mirada.

viernes

Virtud y veneración

La dicción de sus cantos perfectos
untada en mi ano depilado y hambriento,
que recibe el don virginal de ser secreto…

¡A San Antonio por su cabeza en mi vientre!

Anclado al revés para no morir casta
- luego de trece orgasmos pronunciados -
es como reconozco su canonización;
y determinante sin más protocolo
doy Fe y lo hago, de mujer, Rey Coronado.

jueves

Pollas en todas partes (por José II)

Pollas en el vacio.
Pollas en el comedor.
Más Pollas en las calles
sembrando el terror.

Pollas en las tiendas.
Pollas en los parques.
Pollas en todas partes
sin saber ni lo que piensan.

Los Pollas me tientan,
me sacan
me quitan.
Salvame de estos pollas.
(No, no, no me salves.)

Pollas en el bar.
Pollas en el metro.
Más pollas en mi mente
que me quieren encular.

Pollas que dicen hola y adios.
Pollas en nuevos colores
con mp3 incluido cantando
canciones de amor.

Reflexiones sobre amor, pasiones y erecciones (José II)

No te puedes imaginar cómo te quiero.
No es un caso de decidir entre los dos.
No.

El amor ha sido una ruta directa
al suicidio,
a la depresión,
a las enfermedades mentales.
Pero el amor no se puede evitar.
No.

El amor nos muestra tal cual somos,
es una respuesta a una pregunta.
No quiero ser apóstol,
sólo quiero ser un amargado y un marginado.

Pero hoy el cielo me ha enviado una señal.
“Los nacido bajo el signo de Acuario
despertaran más apasionados”.
Es por eso que me he dado una oportunidad
y he reflexionado sobre el amor.

Lo he dejado pronto.
Sin duda lo de despertar apasionado,
tenía que referirse a la erección
con la que he despertado.
Sería cuestión de preguntar al resto de los acuarios
si también han despertado erectos.

José Segundo Cefal

Perro divino

Desnuda camino
ante las falsas ánimas que llegan sexuales y me besan,
clítoris milagrosos encendiendo llamas
entre el agua de sus adentros...
y yo, estupefacta, miro el crucifijo que portan bajo las piernas...
me masturbo y lloro...
¡soy esa maldición que profana de tu boca surgió!

Lame mis adentros y tómame,
cáliz de fuego,
orgasmo que me inunda...

Lámeme,
lámeme,
lame,
lame...
perro...
cura divino, blasfemo.

No copie, use la imaginación...

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