sábado

¡Lo que son los sueños!

Andábamos de viaje en el pueblo donde vivimos hasta hace algunos años y me encontré con que ahora tenía tantos desniveles, pequeñas subidas y bajadas donde los autos empinaban el pico y luego la nalga (ya sé que la nalga del carro es el guarda maletas o como le llamen) consultaré la gramática de la lengua, más reciente, para ser preciso; pues bueno..., la tierra era roja como cancha de tennis, aunque no soy muy lúcido cuando sueño , en eso sí reparé: ¿y dónde está todo el pavimento?... –me dije (digamos) “entre sueños”-, en el sueño me tocaba ir a pie. Caminando entre los charcos resbalosos en sus orillas para llegar a la casa de quién sabe quién. Me molestan de verdad esos sueños pueblerinos en donde jamás voy conduciendo, siempre a pie, y a veces, descalzo. Pues de repente me vi en el mero Parque Central y vi el edificio de mi casa muy iluminado. Afuera, en donde debiera estar la banqueta y la calle, estaba mi cantina. Claro, ya no era mía. Me llamó desde dentro un amigo que no reconocí de inmediato pero que era -según el sueño- el hijo de quién sabe quién que yo estimaba, y él también a mí. Me invitó unos tequilas, y cosa curiosa, yo que jamás bebí en cantinas me apuré a aceptar en la ex mía, que por cierto, a diferencia de cuando era mía, estaba vacía.

Un aire de nostalgia y cariño por ella me inundó el alma en la primera copa, entonces vi que no tenia paredes de concreto, en vez de estas, ligeras verjas de bambú medio seco delimitaban su espacio. Eso sí, las mesas bien presentadas, como siempre. Sobre el mantel verde bandera el sobre mantel blanco.

…Y apuramos la siguiente, el parroquiano invitador me demostraba muchos aprecios y me miraba con extraña admiración a la vez que me llenaba de halagos. Eso sí, el sueño fue muy discreto, jamás me entere ni recordé qué tanto me decía.

Estábamos él y yo solos, pero de repente, a la cuarta copa ya estaba Mariana ahí al lado, viéndome, divertida, en el desempeño de mi primera parranda cantinera. Me vio llorar y me preguntó por qué lloraba, -pues por la cantina -le dije-, volteó a ver la cantina buscándole senos o pompis y luego me vio, incrédula. Me volví a mi compañero de parranda y le susurré bajito: >>Las mujeres creen que ellas son nuestro único cariño posible<< .Me respondió con esa mirada idiota con que responden los borrachos cuando ni escuchan ni entienden. Luego lloró. Lloramos pues... La quinta vino cuando la convulsión del tórax de mi compañero de briaga parecía un volcán a puno de explotar en erupción, o como dijo él mismo, "como estomago intentando sacar un pedo". Seguimos llorando. Del llanto pasamos a la felicidad plena cuando cantamos "una" de José Alfredo, esa de "por tu amor que tanto quiero y tanto extraño". Mi mujer se divertía mirando hacia afuera, a través de la enramada de bambú, a toda la gente que pasaba, buscando conocidos. De repente ya era noche, el cielo estaba clarísimo, limpio y lleno de estrellas. Ahora estábamos cantando esa de "tomate esta botella conmigo". Mariana se acercó y me besó con mucho cariño, le encantaba que le cantara esa canción.

-"Ya estás tomadito" -me dijo.

La miré y su imagen se me difuminaba entre las lágrimas de tequila que poblaban los ojos. Me quedé pensando en lo afortunado que era al estar con ella o que ella estuviera conmigo.

-¡Cómo te quiero! -Le dije-.

Le empecé a cantar "Mi Cariñito": "Cariño que Dios me ha dado sin merecerlo..." Recostó su lindo rostro sobre mi hombro y me dijo en la oreja: -Yo más, mucho más... Vino la siguiente y empecé a sentir un calambre en la pierna izquierda, algo así como la ciática. Miré a mi compañero de botella. -"Ahora si estoy "pedo" -le dije". No me entendió. Me traté de levantar de la mesa y no pude, estaba mareadísimo, no sentía la pierna. Estaba cantando "Tú eres el amor que yo más quiero"... pero el tórax se me estaba endureciendo y no dejaba salir con libertad todo el poder de la voz.

Me desperté y vi que Mariana me estaba observando con un gesto de, entre cariño y asombro. Me sentía tan mareado que toda la pieza me daba vueltas mientras terminada de cantar las últimas coplas: “Amor eterno... Inolvidable...

-Llevas más de una hora cantando y diciendo barbaridades.... me despertaste. Sentía la vejiga llena a reventar y los labios curtidos por el Agave divinizado y aderezado de tanto limón y sal. Me levanté para ir al baño y no pude mantenerme en pié, la pierna estaba entumida, me caí y Mariana corrió asustada para ver qué me pasaba. -Estoy ebrio -le dije-. -¿Ebrio?... ¿Estuviste soñando eso?... ¿Ebrio?...

Sí, ebrio. Al poco rato la ilusión de la borrachera desapareció y casi me sentí normal. Cuando volví del baño pasamos lo que restaba de oscuridad a la mañana riéndonos del mentado sueño.

1 comentario:

Daniel dijo...

Convertir la vida en sueño o el sueño en vida sin solución de continuidad, seguir el juego de esa alegre borrachera y continuar con ese amor fiel en ambos lados; realidad y sueño.
Bellísimo, poeta.

Mi afecto.

No copie, use la imaginación...

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