jueves

El Viejo de los Burros

La última vez que vide a Dios jue cuando tenia como once años. Lo vide vestido de Indio, arreando a dos burros rete blancos. Traiba unos huaraches rete usaos, y se miraba ya rete bien viejo. Las canas se le juyían por debajo del sombreo de paja y se le veían los cachetes bien retequemados por el sol y el viento.

Todo San Juan de los Magüeyes salió a verlo llegar cuando lo entregaron los del pueblo vecino a cambio de unos barriles de pulque, unas siete cargas de leña y quien sabe cuantos guajolotes.

Se quedó ahí tirado al lado del mercado de San Juan, por más que le rogaron los más ricos del pueblo pa que se fuera a sus jacales, no se quiso ir. Se quedó ahí sentado, mirando rumbo a la bajada que va rumbo al río del pueblo, siempre seco.

La gente, allí andaba de curiosa viéndolo de arriba pa bajo. Como que no lo querían creer que era Dios. Ya luego le agarraron confianza y que empiezan a pedirle milagros.
¿Cuántos milagros hizo?: Sepa Dios (sic)... un titipuchal (muchos, muchísimos) y se los hizo a todos, menos a mi nana Toribia Remedios.

Los borrachos nomás abrían las llaves del agua y salía aguardiente; los ambiciosos pasaban frente a los burros y le pedían oro, Él, Dios, les abría los costales que cargaban los burros y les decía: ¡Hártense de lo que quieran!... y los elotes, y le frijol se les volvía oro. Se llenaban las bolsas de los calzones de manta que hasta ni caminar podían de tanto peso, luego se les rompían, otras veces se les caían dejándoles las nalgas al descubierto ante la risa de la gente.


¡Ah cómo se divertía todo el pueblo! Yo entendí que, pues que sí..., que sí era Dios, porque jamás vi a toda la gente del pueblo tan feliz y satisfecha.

Bueno, había ciertas discordias, pero no era por culpa de Dios. Luego llegaban las mujeres y le pedían a Dios que les amarrara el rabo a sus maridos pa que ya no anduvieran revolcándose con la primer fulana que encontraran por el monte. Y el marido le pedía todo lo contrario, que querían trair el rabo siempre fresco y maduro pa que les pudieran dar gusto a todas las que se encontraran por el monte...

¡Ay!..., y de los que más me acuerdo es de los haraganes.
"Que ya querían las tierras sembradas y cosechadas". Y el viejo de los burritos todo les concedía.

Un mes estuvo en el pueblo y en ese mes todos estuvieron curados. Todos los ebrios anduvieron ebrios, y todas las viudas quedaron preñadas de tantos rabos vigorosos que había en el pueblo. Nadie se murió en ese mes y hubiéramos sido tan felices con Dios ahí, que ya la felicidad se nos hubiera hecho mejor costumbre y "pueque"

Sólo una estuvo rete triste: La nana Toribia Remedios, ya nadie la ocupaba pa rezar.
¡Pues qué!..., ¡si Dios estaba ahí y a cualquiera le concedía lo que le pidiera!

Ella y el cura del pueblo que no sabía qué hacer para que el hombre de los burritos ya se fuera del pueblo.

Pos como el rumor siguió hasta el otro pueblo, entre todos ellos que forman una comisión y que van por la noche a ver al cura para comprarle al anciano de los burros. Que se arreglan con el precio y que lo encaminan rumbo al otro pueblo.

Allá lo entregaron por unas cuantas monedas, lo que les quisieran dar...

Al otro día, cuando el pueblo se dio cuenta que Dios se había ido al siguiente poblado se pusieron rete tristes.

No. El pueblo nunca volvió a ser el mismo. Se empezó a morir la gente, a enfermar unos y a empobrecer otros. Las tierras volvieron a ser miserables pa los cultivos y ora si que pareció "como si Dios nunca hubiera pasado por ahí".

A mi me tocó la de malas de haber estado en él cuando "dialtiro" era muy "chamaco".
¡Qué no le hubiera pedido!...
Todavía me acuerdo de como era. Por eso, cuando salgo a pueblear con mi mujer, siempre me fijo en los que andan arreando burros, y mi mujer se ataca de la risa cuando le pregunto al sujeto:

"¡Oye! ¿Tú no eres Dios?"...

También los arrieros se mueren de risa porque piensan que estoy loco. Pero no, yo no pierdo las esperanzas de encontrarme por uno de esos pueblos polvorientos y abandonados de mi tierra, con la huella de Dios y a ver qué le pido.... y a ver qué me concede...

3 comentarios:

Eduardo Roberto dijo...

Muy buen relato Melquíades. Cuando la simplicidad de la fe me embarga como en este, todo el occidente y su progreso desaparecen. muy bueno.

Melquíades San Juan dijo...

Roberto, qué bueno que te llevó a las sierras a relajarte un rato. Gracias por leer y compartir tus magistrales relatos.
Un abrazo.

Céu dijo...

pobre viejo de los burros, siempre tan solicitado... que manera de ilusionarse la gente...la quieren dejar sin trabajo y aburrida al ya personaje de mis sueños doña Remedios? Sigue metiéndonos en Mexico que si alguna vez lo visitamos vamos a ver a todos tus personajes juntos.
C.

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