Entre tus cejos de fuego
ruego a sed intensa ante las rejas
de estas fauces que has tatuado.
Arenques muertos,
canela y polvo;
sal y esqueleta.
Vegeto meciendo la maldita ocurrencia
de ser fiel a la carne sin perder conciencia.
Yo te imploro, Satán de impaciencia,
me llenes la vulva de infierno, indecencia.
Quiero en tu cola ser sacrificio,
primavera al ocaso, otoño alterado…
Y arrullarme en tus alas, cordero.
Viento en tus ojos, amante…
De mis ganas prisionero,
ínfimo y cruel, devastante;
implacable a mi sexo, perdido…
En invierno alimento tu muerte
acatando obituarios sombríos;
darte vida, sin duda ese hijo
que lleve tu nombre adherido en mi sangre.
Eterno oasis, rebelión paladeante
y umbrío sonoro, heredero,
reinando cadente la rueca punzante.
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