Asomaba su plumaje real,
sabiéndose bello y supremo
entre las ruinas, muros adornados
con esculturas de mujeres y hombres
celebrando el amor, divino sexo.
Regalándoles su más preciado canto,
eufórico y complaciente,
como si fueran capaces de sentirlo
y festejarle el gesto,
se quedó acompañando la caída del Sol.
¡Ah, si la música viajase en el tiempo!,
encontraría oidores más atentos,
no aquellos dioses de mirada perdida
y corazón de piedra.
Ni el templo está habitado,
ni hay respuesta para tu canto,
inocente pájaro:
¡tus plumas ya no son reales,
y tu sangre se la llevó
el pasado!
1 comentario:
Guau Céu: genial, surrealista, como a mí me gustan los poemas. Me fas-ci-nó. Besitos.
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