La flama de la vela hace que aparezca que se mueve, tiene formas de mujer, de mujer triste o nostálgica.
Aunque no tiene facciones , sus hombros caídos y la forma del rostro, con la mandíbula encajada sobre el pecho, me hacen pensar en tristeza.
Me mira y me sigue cuando me desplazo por la pieza. Si salgo... me espera; si voy a otra pieza me sigue hasta donde la luz de la vela se lo permite: es La Sombra.
Me he hecho sobre ella infinidad de preguntas. Tiene que ver conmigo o con mis anteriores vidas, o con la casa, con esta casa vieja del siglo antepasado.
Jamás habla ni mira, a su naturaleza sombría sólo pueden inventársele los ojos: pensar que son ojos de tristeza, ojos que se fijan, clavados, en el piso; ojos de sumisión: ojos de víctima.
Ahí está, esperando a todas esas tardes muertas, a ese pabilo esperanzador que le da vida y le permite, al menos, volverse sombra, mientras yo pueda ser una mirada.
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